<<En París desde hace cincuenta años, algunas decenas de hombres dan el tono. Discuten en antena, publican artículos, escriben libros, enseñan en las cátedras, intervienen en los coloquios, firman peticiones, comen juntos... En 1945 afirmaban que la URSS era un paraíso y redactaban poemas a la gloria de Stalin. En 1960 pretendían que la descolonización resolvería milagrosamente los problemas de ultramar. En 1965 saludaron la justa lucha de Fidel Castro, Ho-Chi-Min y Mao. En 1968 proclamaban que la felicidad nacería de la supresión del cualquier tipo de coacción. En 1975 celebraron la toma del poder por Pol Por en Camboya. En 1981 creyeron abandonar la noche para entrar en la luz. En 1985 sostenían que Francia debía eliminar sus fronteras con la finalidad de acoger a los desventurados del mundo entero. En 1992 aseguraban que el estado nación esta acabado y que la Europa de Maastricht abría una nueva era en la historia de la humanidad. En 1999 afirmaban que la familia y la moral eran conceptos pasados. Otros espíritus en esos mismos momentos, sabían que Stalin, Mao o Pol Pot dirigían regímenes criminales. Subrayaban que el mito de la ruptura revolucionaria no había engendrado más que catástrofes. Recordaban que las naciones, las tradiciones, las culturas, las religiones, no pueden desaparecer de un plumazo. Pero contra los refractarios, durante cincuenta años, el microcosmo parisino ha puesto en movimiento un mecanismo, "El Terrorismo Intelectual", un sistema totalitario, hipócrita insidioso. Pretende quitar la palabra al contradictor, convertirlo en una bestia que debe ser abatida, sin que corra sangre: únicamente dejando resonar las palabras, las palabras de la buena conciencia. Las palabras de las grandes conciencias. Las palabras que matan...>>
El buen historiador parte de unos hechos y los estudia en su momento concreto, separando las causas de las consecuencias. lo "Políticamente Correcto" no tiene nada que ver con este método cuando saca sus imágenes de la historia. Al igual que se ha impuesto un pensamiento "Políticamente Correcto", un discurso sociológico dominante, un intento frustrado de ética universal desgajado del cualquier raíz trascendente, una sexualidad supuestamente liberadora, un disfrute masificado del ocio homologado y consumista... la historia se ha contaminado.
Jean Sévillia ha asumido romper el pensamiento único histórico, por lo que se atreve a cuestionar los dogmas aceptados masivamente; unos tópicos, ciertamente, que carecen de base científica. Siguiendo el capricho de sus lemas, juega con las épocas y los lugares, resucitando un fenómeno desaparecido o proyectando en los siglos anteriores una realidad contemporánea. Juzgando la historia pasada en nombre del presente, lo "Históricamente Correcto" ataca el racismo y la intolerancia de la Edad Media, el sexismo y el capitalismo bajo el Antiguo Régimen, el fascismo en el siglo XIX. El hecho de que sus conceptos no signifiquen nada fuera de su contexto, poco importa: el anacronismo es rentable en los medios de comunicación. No es el mundo de la ciencia, sino de la conciencia, no es el reino del rigor, sino del clamor; no es la victoria de la crítica, sino de la dialéctica.
Es también, y sobre todo, el triunfo del maniqueísmo. Mientras el historiador debe medir el peso sutil de los matices y las circunstancias, y recurrir a los campos complementarios de su saber (geografía, sociología, economía, demografía, religión, cultura), lo "Políticamente Correcto" borra la complejidad de la historia. Todo lo reduce al enfrentamiento binario del Bien y del Mal, pero un Bien y un Mal reinterpretados según la moral de hoy en día. A partir de entonces la historia constituye un campo de exorcismo permanente: cuanto más se anatematizan las fuerzas oscuras del pasado, más debe uno justificarse de no mantener con ellas ninguna solidaridad. Se demonizan así personajes, sociedades y épocas enteras. Sin embargo, no es más que una engañifa. No se apunta hacia ellos realmente: a través de ellos somos nosotros los que estamos en el punto de mira.
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