Libertad, democracia, independencia son palabras prestigiosas a las que nadie asociaría ningún matiz negativo. El término revolución es otra de esas palabras cuyas connotaciones son positivas y por ello goza de un prestigio generalmente admitido. ¿Quién no ha pensado alguna vez que hace falta una revolución que cambie todo? La historia enseña a los estudiantes que las revoluciones suceden porque el pueblo, harto de arbitrariedades y sufrimientos, se levanta contra una serie de hechos o cosas inadmisibles que provocan la revolución.
No importa cuántos crímenes hayan tenido que cometer los revolucionarios para conseguir sus objetivos: el fin justificará los medios. La historia explica que tras las revoluciones se consigue instaurar un nuevo orden que acaba con la injusticia anterior y que constituye un avance hacia la libertad, la democracia o la independencia.
Como hemos visto en el caso de - la Revolución Inglesa -, las cosas no son a veces lo que aparentan. Los procesos revolucionarios necesitan organización, agentes y, sobre todo, financiación, dinero. Se verá en su momento que el ejemplo paradigmático lo constituye - la Revolución Bolchevique -, financiada por banqueros judíos de Wall Street. Sin embargo, la izquierda internacional es incapaz de vislumbrar la verdad. Marx, Trotsky, Lenin siguen siendo para los "progresistas" de todo el mundo santones intocables, benefactores de la humanidad. No obstante, Trotsky (Bronstein) fue un agente del banquero sionista Jacob Schiff, quien declaró orgulloso en público que gracias a su ayuda financiera la revolución había tenido éxito.
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