Este libro tiene su origen en una preocupación
personal. Su autor tenía 14 años cuando terminó la segunda guerra mundial y
creció con la esperanza de que cumplieran las promesas que habían hecho en
1941, en la Carta del Atlántico, los que iban a resultar vencedores en la lucha
contra el fascismo, en un programa en que nos garantizaban, entre otras cosas, “el
derecho que tienen todos los pueblos a escoger la forma de gobierno bajo la
cual quieren vivir” y una paz que había de proporcionar “a todos los hombres de
todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza”.
Cuando se cumplen setenta años de aquellas
promesas, la frustración no puede ser mayor. No hay paz, la extensión de la
democracia es poco más que una apariencia y, lejos de prosperidad global que se
nos anunciaba, vivimos en un mundo más desigual. La pobreza no solo no ha
desaparecido en la actualidad, sino que se ve todavía agravada por el
encarecimiento de los alimentos, en un mundo que no consigue evitar que
centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan muriendo de
hambre cada año.
Era lógico que me sintiera engañado
y con derecho a preguntar por las causas de este fracaso, y mi oficio de
historiador me ha llevado a hacerlo en la forma propia de mi trabajo.
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